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El histórico partido del Gobierno se enfrenta a un posible desplome en las elecciones legislativas del domingo

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El PLD aspira a conformarse con una mayoría simple, muy lejos del dominio que ostenta hasta ahora, en un golpe al nuevo primer ministro Kishida

El esfuerzo de unidad en la oposición choca con el ansia de estabilidad entre los mayores y la falta de tracción del debate político en los jóvenes

MADRID, 30 (EUROPA PRESS)

El primer ministro de Japón, Fumio Kishida, se prepara para capear un temporal en las elecciones a la cámara baja del Parlamento de Japón este próximo domingo si su histórico Partido Liberal Democrático (PLD) registra el desplome de escaños que le auguran todas las encuestas — una expresión más del extraordinario desafecto de los votantes con la clase política nacional, y que en estos comicios tiene visos de alcanzar un punto culminante — en lo que podría ser el principio del fin de una corta carrera al frente del Ejecutivo japonés.

Si bien no está en duda que el PLD va a conseguir la mayor parte de todos los 465 escaños que están en juego (a los que habría que añadir los que obtuviera su socio de coalición, el conservador Komeito) queda por ver exactamente cuántos porque las complejidades de la política legislativa japonesa imponen límites a determinadas mayorías.

De momento y según los sondeos, el PLD va a alcanzar los 236 escaños, tres por encima de la mayoría simple, el mínimo necesario para aprobar una propuesta de ley en un pleno. Sin embargo, hay que recordar que hasta ahora el PLD disfrutaba de 274 escaños, muy por encima de los 244 escaños que le concedían la presidencia de los comités, e incluso de los 261 necesarios para la presidencia y la mayoría de dichos comités.

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Este desplome supondría una pésima noticia por partida doble para el primer ministro. En términos prácticos, sería una enorme restricción de las capacidades operativas de su partido en la cámara baja, que está capacitada para anular decisiones de la cámara alta, el Senado, en cualquier asunto en el que exhiban discrepancias. En términos puramente de imagen, supondría la consolidación de la falta de interés que despierta la figura de Kishida en el electorado de un país donde la política ha adquirido una vertiente cada vez más personalista — una vez demostrada la incapacidad de sus responsables para atraer a la población a golpe de propuestas –.

LA OPOSICIÓN, AL ATAQUE

A ello ha contribuido la campaña de la oposición liderada por el social-progresista Partido Democrático Constitucional de Japón (PDCJ), que ha caracterizado a Kishida como una mera extensión del exprimer ministro Shinzo Abe y, por encima de todo, limado asperezas con el resto de partidos rivales del primer ministro (como el Partido Comunista) para comparecer como un frente más o menos unido.

Para poner un ejemplo: en estos comicios los candidatos del PDL se va a enfrentar a cara o cruz contra un solo contrincante, elegido por consenso entre la oposición, en 132 circunscripciones. En la última edición de 2017, esta clase de enfrentamientos solo ocurrió en 57 circunscripciones.

La oposición es consciente de que una victoria es inalcanzable. El PLD ha gobernado Japón de manera casi ininterrumpida desde 1955; ningún otro partido ha conseguido liderar el país durante cuatro años seguidos desde la Segunda Guerra Mundial, y el último mandato en manos de la oposición — el Partido Democrático de Japón, en crisis desde que el PDCJ decidiera escindirse de él –, dedde 2009 a 2012, queda en el recuerdo de los japoneses como una era de caos, marcada por el baile de gobiernos y la catástrofe de Fukushima.

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Ahora, las encuestas auguran al PDCJ unos 110 escaños a los que habría sumar 12 más para el Partido Comunista, cifras que van a envalentonarles para acelerar su campaña de acoso y derribo contra el primer ministro, a quien los expertos reconocen no obstante su habilidad para convocar elecciones en un momento en que el número de contagios diarios por coronavirus está descendiendo y para entender que buena parte de los votantes — un 47 por ciento, según una reciente encuesta de Nikkei — apuesta más bien por el crecimiento económico que defiende Kishida en lugar de la redistribución de la riqueza abanderada por la oposición.

«LA DEMOCRACIA DE PLATA»

Paradójicamente, la imagen gris de Kishida juega a favor del electorado más veterano de Japón, el país más envejecido del mundo, donde uno de cada tres habitantes tiene más de 65 años (es decir, el 29,1 por ciento). El PDL cuida de esta porción del electorado como oro en paño y el primer ministro representa a la perfección la imagen de estabilidad y continuismo que persiguen estos votantes. En un momento de desencanto, su respaldo es clave. La extraordinaria maquinaria de llamamiento al voto del PLD (y, sobre todo, del Komeito) hará el resto.

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Esta «democracia de plata», como se le conoce, contrasta con la falta de interés de la población más joven. En 2017, solo un 33 por ciento de la franja de edad entre 20 y 30 años depositó su voto, menos de la mitad del 72 por ciento de votantes entre 60 y 70 años que sí lo hizo. En términos generales, hace cuatro años votó poco más de la mitad de la población, el segundo porcentaje más bajo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de tratarse de los primeros comicios en los que la edad mínima para votar bajó desde los 20 hasta los 18 años.

No ayuda que los jóvenes contemplan Japón como un país prácticamente unipartidista, donde la victoria del Partido Democrático la pasada década se ve como un fenómeno anecdótico. El dominio del PLD es tan absoluto que los jóvenes «temen recibir presiones por expresar abiertamente sus opiniones políticas y rara vez se pronuncian de manera contundente en cuestiones políticas», según explica al ‘Japan Times’ el profesor especializado en política de la Universidad Tecnológica de Tokio, Yosuke Nishida.

Sobre ello coincide el joven Tomohiro Niwa, estudiante de segundo año en la Universidad de Tokio y miembro de iVote, una organización dedicada a la estimulación del debate político en las instituciones educativas. «A los estudiantes les resulta difícil entender que las elecciones tienen consecuencias en el mundo real. Existe la sensación de que hablar de política no está de moda y podría alejarte de tus compañeros», lamenta.


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