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Intervención del Presidente del Principado de Asturias, Javier Fernández

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50º aniversario del IES de Infiesto

50º aniversario del IES de Infiesto Cada visita a una escuela es un retorno a una vida anterior: un pasado de compañeros, libros y juegos. Ha transcurrido tanto tiempo, las aulas han cambiado tanto, y, sin embargo, persisten las sensaciones. Disculpen mi intromisión en sus vidas porque hoy aquí, en la celebración del 50º aniversario del instituto de Infiesto, siento que estoy conociendo la forja de muchos de ustedes. Cada visita a una escuela es un retorno a la primera patria porque la infancia y la juventud son las etapas auténticas del hombre, antes de que nos rindamos al personaje que creemos o, en los casos más afortunados, decidimos ser. Baudelaire aseguró que su patria era la infancia y Max Aub, que sigue siendo un desconocido, afirmó que “se es de dónde se hace el bachillerato”. ¿Infancia o bachiller, niñez o adolescencia? No sé muy bien con cual de las dos sentencias quedarme; en realidad, me valen ambas. Personalmente, tengo la certeza de que no hay edades más emotivas. En esos años, sin que la fisiología lo sostenga, las fibras están al aire, en el exterior del cuerpo. Reciben sol, lluvia, disgustos, alegrías, lecciones y cada circunstancia las inflama hasta una receptividad sensitiva que luego irá adormeciéndose, atrofiándose hasta que, al fin, y como manda la anatomía, por fuera sólo nos cubra el cuero de la piel. Ustedes son conscientes de todo esto porque han elegido como lema la frase hermosa y terrible, por inexorable, de Virgilio: “pero entretanto huye, huye el irreparable tiempo”. El consejero de Educación ya reflexionó sobre ese tópico literario y vital, si cabe la distinción, que es el tempus fugit. Ciertamente, es imposible conmemorar este aniversario, nada menos que medio siglo de enseñanza, sin que hiera la melancolía, ese alfiler que prende el álbum amarillento de los recuerdos. Pero antes, cuando hablaba de sensaciones, no me refería exclusivamente a la añoranza. Sospecho que todos los adultos compartimos unas sensaciones comunes al volver a pisar un instituto. Primero, no nos encontramos en un lugar extraño. Aunque ya no manchen tizas ni plumillas, ni se recurra a estufas de carbón o madera en el invierno, aunque la impecable faz luminosa de los ordenadores nos grite con descaro a los de más edad que ya no es nuestra época, sabemos perfectamente dónde estamos. Y cómo no saberlo si, en efecto, la escuela también fue nuestra casa. Otro pensamiento que supongo común es la facilidad con la que imaginamos qué sucede entre esas paredes. Entendemos que por ahí revolotean la rebeldía, el esfuerzo, la indiferencia, los despistes, la aplicación, la tozudez… En fin, todas las actitudes que conocimos y que asociamos con mayor o menor justicia a nuestra galería de compañeros y profesores. Quien se preocupaba de poner márgenes de colores a los apuntes y quien se limitaba a fotocopiarlos la víspera del examen. Quien desplegaba una inventiva insólita para copiar y quien apenas necesitaba escuchar para retener cualquier tema. Quien se deslomaba repitiendo explicaciones y quien se limitaba a cumplir el expediente. Queda al menos una tercera sensación, la más importante: la seguridad de que mereció la pena. Algo que en la niñez y la adolescencia oías repetir sin dedicarle atención, que incluso intuías y que ahora sabes por experiencia. Asumo que la experiencia es como un fanal de popa, que sólo ilumina las aguas que dejamos atrás, pero estoy obligado a subrayarlo: ahora, adulto, sabes que una buena formación probablemente no sea el camino más corto para hacerse rico ni tampoco un atajo para envanecerse con la fama, pero resulta indispensable para crecer como persona, que es una herramienta insuperable para desarrollar la condición humana. La formación resume, precisamente, la historia de medio siglo de este instituto. En él algunos habréis pasado tal vez vuestros mejores momentos. Para otros, como Argimiro García, el director que se jubila este curso después de tres décadas en el centro, este instituto ha sido gran parte de su vida. A él, a todos vosotros, alumnos y ex alumnos, profesores y ex profesores, os doy la enhorabuena por esta conmemoración. Soy presidente del Gobierno de Asturias. Lo normal sería que en esta intervención elogiase el esfuerzo de nuestras políticas educativas, encaramado a lo alto de números y porcentajes. La verdad es que los indicadores del sistema público de enseñanza son muy buenos, tanto como para sentirnos orgullosos de ellos. Pero sobre estas cuestiones ya hablo a menudo, intervengo en el parlamento, doy con frecuencia explicaciones públicas y vosotros conocéis de primera mano la realidad educativa Lo único que quiero enfatizar es que ese buen sistema es el resultado de muchas manos, y las principales son las vuestras. Por supuesto, siempre habrá alguna necesidad, un problema mal resuelto, deficiencias. Pues os animo a denunciarlas, a hacerlas saber. Como además entre vuestra cosecha de alumnos hay nada menos que cuatro alcaldes de mi partido –Piloña, Villaviciosa, Cabranes y Nava-, seguro que sabréis calentarles las orejas convenientemente. No les robo más tiempo. Disculpen a este intruso que se atrevió a revolver en los cajones de la memoria de su primera patria. Una vez más, enhorabuena a todos. 

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